01 mayo 2013

Garín disertó sobre derechos de las mujeres e igualdad de género en feria del libro



Buenas tardes a todas y a todos:
           Estoy muy orgulloso de estar aquí con ustedes, y debo agradecer en primer lugar a las autoras de este valioso libro, del cual mencionaré enseguida los puntos que considero más destacables. Asimismo agradezco al compañero Juan Carlos Manoukian, de Ediciones Ciccus, una editorial dedicada a publicar libros de debate y concientización desde una perspectiva nacional y popular, que nos ayudan a pensar y discutir.
          Felicito a las autoras por este libro que a mi modo de ver posee varios aciertos remarcables al abordar una temática de enorme actualidad.
-Uno de ellos es enfocar la participación de la mujer en las organizaciones sociales desde una pluralidad de voces y de perspectivas.
 -Otro acierto es la alternancia de aportes teóricos y presentación de casos concretos mediante el relato de la acción de varias mujeres que, como se dijo, son verdaderas heroínas cotidianas.
-Otro acierto es la riqueza del planteo no lineal que hacen las autoras, y su puesta en cuestión en torno a si la participación comunitaria contribuye o no a "empoderar", como ellas dicen, a las mujeres, o son una reproducción de una situación de subalternidad en el sistema patriarcal. Esto da pie a todo un debate al cual no rehuiré aportar mi opinión.
- Y otro acierto es abrir el estudio a la diversidad geográfica y de temáticas de las organizaciones lideradas por mujeres. La colonización mental que padecemos hace que con frecuencia centremos las investigaciones y los debates en la realidad de Buenos Aires y a lo sumo del Conurbano, olvidando que nuestra vasta geografía contiene múltiples realidades sociales, económicas, culturales. Es muy sano metodológicamente que se rompa este colonialismo mental que lo porteño ejerce sobre el resto del país, y que se analice la experiencia de mujeres luchadoras del NOA, de la Patagonia, de diferentes regiones, como se hace en este libro.
           Como abogado de DDHH he asistido durante décadas a las organizaciones sociales y comunitarias. Ya en los noventa comprobé por mí mismo la realidad que aquí se ha expresado: de cómo las mujeres, frente al infortunio social y el retroceso del Estado, frente al avance del desempleo y la crisis, tomaron  a su cargo la asistencia social solidaria, los comedores, los grupos de piqueteros, las organizaciones de distinta índole para buscar o dar respuesta a necesidades más o menos inmediatas.
           Corroboro por experiencia lo que afirman las autoras de este libro respecto al importante papel que las mujeres asumieron en estas organizaciones. Quiero además, dar mi impresión acerca de uno de los temas de debate. En mi parecer, las mujeres que se hicieron cargo de estas responsabildiades no lo hicieron como parte de una "estrategia de empoderamiento de género", sino por imposición de necesidades concretas en medio de urgencias tambien concretas. No había en ellas, en general, ninguna intención ulterior de conquista de espacios, sino la búsqueda de respuestas a necesidades insatisfechas a las cuales las instancias institucionales tradicionales habían dejado de responder.
             Y en cuanto al debate sobre si la participación de las mujeres en organizaciones sociales contribuye a "empoderarlas" o reproduce las condiciones de sometimiento, en mi opinión este tipo de participación por sí sola no va a modificar la estructura de dominación patriarcal, pero sí ayuda a consolidar una gimnasia de lucha, un aprendizaje de lucha que luego puede extenderse a otros terrenos, como el de las reivindicaciones de género o la propia actividad política. Además, proporciona la experiencias sobre las cuales las mujeres luchadoras desarrollan su conciencia de género en contacto con la realidad inmediata. No hay mejor escuela para aprender a luchar que la lucha misma. Una mujer que mantiene un comedor no derribará el orden social injusto, pero está adquiriendo herramientas organizativas y conceptuales que podrá utilizar en otro tipo de batallas.
            Cuando hablamos de mujeres luchadoras, yo no puedo menos que adherir -en tanto militante de derechos humanos- a lo expresado por una compañera panelista: el pueblo argentino tiene el orgullo de contar en su seno con el más alto ejemplo de luchadoras por los derechos que son las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, fuente de inspiración para las generaciones presentes y venideras.
            No se puede exagerar la importancia de la militancia social femenina, que ha mantenido en pie barrios enteros en las épocas de mayor inclemencia social y de más devastadora crisis económica. Sin ellas, el país se habría precipitado en el caos.
             Y en todos estos casos las mujeres salieron a trabajar socialmente porque era necesario, porque no había otro remedio, porque la crisis misma había aflojado los lazos de la opresión patriarcal en el seno de los hogares.
            Algo parecido sucedió en la época de la Revolución Independentista. En febrero participé, como invitado del gobierno salteño, -con motivo del Bicentenario de la Batalla de Salta- en un panel sobre el papel de las mujeres en la gesta de la Emancipación. Y entonces dije que las mujeres habían sido protagonistas fundamentales de esa Revolución. No me refería sólo a Juana Azurduy o a Manuelita Saenz, a las mujeres célebres, sino a miles y miles de mujeres anónimas que lucharon a lo largo de todo el continente por la Libertad y la Independencia de América. Participaron de la guerra de emancipación a la par de los hombres, y muchas veces combatieron en los campos de batalla. Dieron sus vidas, y las vidas de sus hijos y maridos, por aquella lucha.
              La Revolución se hizo con ellas, pero no para ellas. No hay un solo punto del programa revolucionario que se dedique a reivindicar los derechos de las mujeres. Nuestros próceres no se preocupaban por ellas. La solitaria excepción fue el gran Manuel Belgrano, que abogó por la educación femenina y denunció la situación de avasallamiento de la mujer en la sociedad de su tiempo. Belgrano fue el único prócer en toda América que se condolió del estado de postración de la mujer y repudió en expresivas palabras que la sociedad las condenase a la ignorancia y la dependencia del hombre, a la pobreza y la prostitución. El resto de nuestros próceres no mostró el menor interés. Monteagudo mismo, que tan bien difundía los derechos de los hombres, no dedicó un sólo párrafo a los de las mujeres. Le parecía muy bien incitarlas a participar de la lucha revolucionaria, como hizo en un par de artículos, pero jamás movió un dedo para que se les reconociera derechos con independencia de los hombres. San Martin tampoco lo hizo. Es más: contrajo un matrimonio de conveniencia con una adolescente a quien, enferma, envió desde Mendoza a Buenos Aires sin más compañía que un ataúd, por si se moría en el camino.
             Cuando, en tiempos de la organización nacional, Dalmacio Vélez Sarfield redactó el Código Civil, se dio forma jurídica a la postración y el sometimiento de la mujer en el matrimonio, en el régimen de bienes, en la dependencia total respecto del padre o del marido, en la imposibilidad siquiera de opinar para la disposición de bienes conyugales. Esta bárbara y atrasada legislación civil, que convertía a la mujer en una esclava doméstica, no fue cuestionada, con la única excepción de Juan Bautista Alberdi. Sólo Alberdi, entre tantos intelectuales y políticos brillantes, denunció el barbarismo patriarcal del Código Civil argentino. Todos los demás callaron porque estaban de acuerdo.
         Cuando, en tiempos de los conservadores, se discutía alguna propuesta de voto femenino, las mayorías parlamentarias lo rechazaban con el argumento de que dar el voto a la mujer era perjudicar la autoridad del marido y que, con mujeres libres y que votaran, se destruía la familia... ¿Qué mejor confesión que esa de que el orden familiar patriarcal se sostenía en la esclavitud de la mujer?
          Como abogado y como autor del MANUAL POPULAR DE DERECHOS HUMANOS, soy invitado con frecuencia a dar cursos de formación. En ellos siempre digo que la esencia de los derechos humanos es la igualdad: el valor de la igualdad es el valor fundante de los derechos humanos.Por tanto, la búsqueda de la igualdad de género es un capítulo fundamental en la lucha por la plena vigencia de los derechos humanos.
            Vivimos hoy en un régimen de aparente igualdad de género. Hasta tenemos una Presidenta, y tambien muchas funcionarias, magistradas, legisladoras, empresarias. Las leyes consagran la igualdad. Pero debemos ser francos: para vastos sectores de la población sigue siendo una igualdad muy remota, más formal que real. Aún con todos los avances persiste la hipocresía jurídica: la proclamada igualdad de género no pasa de ser en muchos casos, lamentablemente, una ficción.
             Buena parte de los delitos más graves que ocurren en nuestra sociedad -y lo digo ahora apelando a mi experiencia como abogado penalista- son delitos vinculados a la opresión de género.
             La violencia de género es moneda corriente. Noviecitos y maridos con poca tolerancia a la frustración se creen con derecho de imitar al baterista de Callejeros y prender fuego a sus parejas cuando ellas los quieren abandonar. Asesinatos de niños para castigar a las madres, femicidios brutales, abundan en las paginas policiales de los diarios.
             Para la mujer, la verdadera inseguridad no es la inseguridad clasista y racista que pregonan los noticieros para infundirnos odio y temor al villero, identificado con el chorro. La verdadera inseguridad procede de sus parejas y ex parejas, celópatas, enfermos, posesivos, que no aceptan que una mujer ose abandonarlos y dejar de servirlos. Ocho de cada diez homicidios que tienen como víctima a una mujer poseen ese origen, que antes se denominaba -eufemísticamente- "pasional".
            Pero tambien es un típico delito de género la trata de personas. Sólo en sociedades aberrantemente machistas la trata de personas puede considerarse algo naturalizado y no un monstruoso secuestro y violación. ¿Ustedes creen que jueces que no tuvieran una visión sexista podrían haber absuelto a todos esos criminales que secuestraron a Marita Verón? Y no se necesita ser hombre para actuar como juez machista: hay muchas magistradas que reproducen la misma mirada antiigualitaria de sus colegas varones, porque no hay visión de género en la justicia argentina, salvo honrosas excepciones.
             Tambien son delitos de género los delitos sexuales. La mayoría de las víctimas son mujeres. Pero aun en los casos en que las víctimas son varones, sobre todo niños, el delito sexual no deja de tener un componente de poder de género, ejercido por un "macho" violador o abusador.
             Hay, pues, un sistema de opresión de género que alguna vez estuvo consagrado en las leyes, pero que hoy persiste en la cultura. Y es un gran desafío del presente romper ese sistema de opresión.
             En cuanto a las manifestaciones de violencia de género tan abrumadoras y repetidas, yo sostengo la tesis de que las mismas son una EXPRESION DE RESISTENCIA FRENTE AL DERRUMBAMIENTO PROGRESIVO DEL ORDEN PATRIARCAL.
            Esto ocurre no sólo aquí sino en todo el mundo. El sistema de opresión del patriarcado se encuentra en crisis, y frente a esa crisis estalla esporádicamente en episodios de violencia resentida.
             Cuando el patriarcado florecía, la violencia era menos necesaria para mantener una opresión que estaba en las cabezas de las propias mujeres, educadas para el sometimiento. Al resquebrajarse este orden, al verse amenazados por la desobediencia y el abandono, muchos hombres reaccionan mediante la violencia física directa. Y esto seguirá pasando aun durante un tiempo, hasta que se logre revertir los paradigmas culturales residuales del sexismo.
           Siempre, en todas mis charlas, digo que una de las obligaciones de los militantes de derechos humanos consiste en trabajar en forma activa contra la opresión y la violencia de género, para erradicar el femicidio, la violencia doméstica, el maltrato real y simbólico.
           Soy el único hombre en este panel, lo cual me enorgullece, pero me lleva a formular la siguiente reflexión: la lucha por la igualdad de género no puede ser sólo una lucha de mujeres. Los hombres debemos dejar de mirar para otro lado como si se tratara de lago que no nos incumbe. Porque tenemos madres, hermanas, hijas, esposas, compañeras, a quienes amamos, y no podemos consentir que vivan en la opresión. Porque los hombres no podemos ser libres si permitimos que nuestras compañeras en la vida no lo sean. La lucha por la igualdad de género debe ser llevada a cabo por hombres y mujeres a la par. Es hora de que los varones nos comprometamos en ella, si no queremos ser cómplices de la opresión y la injusticia.
             Concluyo recordando unas palabras del gran poeta antifascista español Leon Felipe: "El día que el hombre sea libre, la política será una canción". Quería expresar con ello que, cuando hubiese verdadera libertad en el mundo, la política dejaría de ser una lucha de ambiciones por el poder para convertirse en la expresión de las potencialidades creadoras del hombre. Parafraseándolo, hoy prefiero decir: "el día que los hombres y las mujeres seamos verdaderamente libre e iguales, LA VIDA será una canción".
Muchas gracias.

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