13 agosto 2012

Los pibes volvieron a Villa Jardín


La mañana era fría y lluviosa, ciertamente no era una de esas que invitan a salir a caminar. Pero el motivo que me movía era ir a recorrer el Barrio de Villa Jardín junto al compañero Raúl Alderete, que se encontraría con compañeros de militancia, entre ellos, con Víctor Basterra, aquel que tuvo la suerte de sobrevivir en la ESMA y sacar de allí un valioso testimonio personal y material fotográfico.
Warnes y Obón era una laguna de esquina a esquina y caían más gotas. Nos juntamos en el quiosco de la esquina y ya el clima era de emoción. Pero cuando los compañeros acercan a la actividad a Nora Cortiñas, mítica madre de plaza de mayo, ya sabíamos que íbamos a vivir algo especial.
Nos acercamos al local de la Cámpora y los recuerdos empezaban a tener alas. En eso llega Víctor Basterra, volviendo a su barrio de militancia juvenil.
Los abrazos y las jodas por las secuelas que el paso inclemente del tiempo deja en todos y cada uno amenizaban este ejercicio de memoria.
Ellos, pibes de Villa Jardín, no aprendieron la clandestinidad en “la orga”. No, sus padres con la mirada añorante les hablaban en voz baja de los logros del gobierno del general prohibido y en ese secreto aprendieron a masticar su bronca. Cuando a finales de los 60 y principios de lo 70 los jóvenes universitarios se acercaron a incentivarlos, les mostraron un camino y les hicieron brillar los sueños.
Y ahí estaban de vuelta, tomando sociedades de fomento de las manos de los burócratas, exigiendo la construcción de escuelas, salas de primeros auxilios y tapando con porfiados viajes de carretilla la laguna donde después se construyó parte del barrio.
Mientras los recuerdos hacían galopar el corazón, nos percatamos de Norita, con su edad, que estaba pasando los charcos de los pasillos de la villa, subiendo cuestas imposibles y con las ganas de conocer la situación del barrio y la vida de la gente que la habita. “¿Qué te pensás, que soy una vieja?” retaba a un compañero que quería cuidarla.
Nos acercamos a una columna que está sobre el camino de la rivera del Riachuelo y los compañeros cuentan que allí los milicos quisieron hacer un paredón para evitar que se viera el barrio pobre. Los vecinos aprovecharon los ladrillos de canto para hacer sus propias casas (¿usar las armas del enemigo, tal vez?)
Y recorriendo la villa aparece todo lo que queda por hacer para que haya dignidad en nuestro país y lo mucho que construyeron los compañeros en aquella primavera donde el cielo parecía al alcance de la mano. Y siguen los recuerdos: los burócratas, los triple A, la reunión de los vecinos con un Manolo Quindimil acorazado de matones.
El pasado y el presente se mezclaban y Raúl era ahora “El ciego”, la compañera volvía a ser la piba de 15 años que llevaba las “molos” y se volvían a escuchar las consignas de la fe y la esperanza de la época de la vuelta del general. Los compañeros saludan a medio Jardín, ("¿viste?, se acordaba de mí") y ya marchan junto con ellos todos los que dieron su vida por el sueño de la patria socialista.
Al final soltamos los globos con los colores de nuestra bandera. Levantan vuelo, viborean jugando con los árboles y se despiden. Inevitable no evocar a aquellos caídos que hoy son memoria y que en muchas esquinas del barrio son recordados con placas.
Empanadas en la casa de Laura y la reflexión, Ezeiza, el día que el general echó a los “mocosos imberbes”, tanto dolor y sacrificio para mantener vivo el sueño de la liberación.
Salimos y llovía. “Lástima que llovió” dijo un compañero. Norita, con su sonrisa, con su simpleza, con esa eterna fe inconmovible, toda ternura nos dijo “Hoy siento que por aquí estuvo mi hijo, hoy para mi, salió el sol”.
Raúl vuelve con los ojos cargados de ayer y el corazón en la mano. Las arrugas del alma casi ni se notan cuando los sueños son limpios y jóvenes.
Sergio   EDE NUEVO ENCUENTRO - LANUS

Lic. Sergio Landini
Psicólogo (M.N. 16.996)
Director
Valorarte Asociación Civil
156 145 9148






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