09 febrero 2012

El Paraíso Perdido


Argentina. Tierra próspera y dadivosa, ¿Qué hemos hecho contigo? Deberíamos preguntarnos cada día, cada vez que un niño muere, cada vez que alguna autoridad desaloja a los dueños primitivos de sus tierras y de sus derechos, y los condena a muerte. Silvana Melo, en su columna de “Pelota de Trapo”, lo explica maravillosamente: -Cuarenta y cinco grados de calor apenas en noviembre. Los pueblos confinados del otro país se secan la frente con las manos encascaradas y buscan el agua con labios de sal en los charquitos y en la canilla donde apenas brota una gota bendita. Tan de vez en cuando brota como la buena suerte. En Salta y en Catamarca el agua es una quimera cuando hierve el mediodía.  Al este de Tartagal, en los meses más ardientes de 2011 murió una docena de niños por desnutrición. Deshidratados, con las costillas al aire, bebiendo agua marrón, comiendo panes negruzcos, en franca condena desde su llegada. Pagando quién sabe qué culpas originales de la historia, niños wichis, padres sin tierra, cesanteados de patria, olvidados, desapropiados. En estos días a los pibes se les rajan los pies con la tierra filosa y se pintan la cara de barrito sutil con sudor y polvo. El chorrito que asoma en el caño comunitario de la misión Sachapera I apenas les moja los dedos. Y el comedor dejó de funcionar porque se acabó el dinero.
En Orán la mitad de la población tiene parásitos. Sin condiciones sanitarias dignas, el bicho crece en el cuerpo sin control. Se llama strongyloides stercoralis y se describe como “un gusano diminuto, muy invasor que atraviesa la piel de quienes están en frecuente contacto con la tierra, ingresa en el torrente sanguíneo, llega a los pulmones y las vías respiratorias, y se reproduce en las paredes del intestino. En los chicos, estos parásitos, que casi no producen síntomas, causan desnutrición, anemia y retraso neurocognitivo”. Es que en Orán, la mitad de la gente vive hacinada, en viviendas precarias sin agua corriente, sin baños y con escasos ingresos.
El agua no es para todos.
No es para los niños del país de los márgenes que toman mamaderas con el agua gris de los arroyos secos. Como no es para todos la comida que brota de los plantíos y corre por los bosques. El agua ya es un commodity, como la soja o el trigo.
Douglas Tompkins compró 205 mil hectáreas en los Esteros del Iberá, uno de los reservorios de agua dulce más codiciados del mundo. Cuando se calcula que en 2025 la demanda de agua por parte de la humanidad será un 56% mayor a la que podrán acceder. Douglas Tompkins es rico y será mucho más rico cuando tenga el agua en sus manos y las bocas sedientas a sus pies legitimándole el poder.
En Andalgalá, ahí no más de donde se paga por una lata con veinte litros, la explotación aurífera Bajo la Alumbrera “necesita del agua para limpiar las 330.000 toneladas de roca que extrae por día y también para la cianuración (proceso por el cual la mezcla de cianuro y agua ayuda a despegar el metal adherido a las rocas)” dice el geólogo Isidoro B. Schalamuk, director de Recursos Minerales de la Plata. Sólo en Bajo la Alumbrera se consumen cien millones de litros de agua por día. En Agua Rica, otro tanto. Ahí no más, a poquitos kilómetros las canillas gotean perlas barrosas. Y el calor descose la voluntad, recién llegado noviembre-.
En este gobierno de la “Justicia Social”, debería haber un lugar para aquellos que, como Silvana Melo, vean lo que sucede con nuestro “Paraíso Perdido”. Con aquella Argentina que fuimos. Con esta Argentina que somos. Antes que sea “demasiado tarde para lágrimas”.



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