27 abril 2012

La Fábula de los tres chanchitos y la reina desalmada


Había una ves…truz. No es chiste, en realidad se trata de una rara avis que, de pingüino, mutó en avestruz, con la consiguiente metida de cabeza en el hoyo, “hasta que acampe”. La idea, por original, fue copiada por muchos súbditos que, ante cualquier circunstancia meten la cerviz  bajo la línea de flotación y esperan que pase el problema. En esta historia, la reina mala, muy mala, malísima, se convirtió en celosa guardiana del feudo y, ante cualquier ataque, salía a decir, “A mi gente nadie la toca”. Sin embargo, ella tocaba a los otros, seguramente, con permiso del rey, más conocido como el “Chapulín”. En una ocasión, el Chapulín se molestó por los comentarios de los “Decidores de verdades” y quiso poner un correctivo que sirviera de ejemplo. Para eso, hizo abuso de su falta de palabra y rompió acuerdos que él mismo pidió. En esa línea, la reina, tomo cartas en el asunto y, a través de los tres chanchitos, hizo lío en la cuenta de uno de los decidores de verdad. Este, conmovido por tanta deferencia, se sintió, inicialmente, herido, pero los llamados y muestras de cariño, le hicieron repensar su decisión inicial de abandonar la contienda por el bajo precio de los opositores. Aún así, quiso mandarles un aviso a los tres chanchitos: “Se quienes son. No se pasen de la raya o los pongo en vereda”. Algunos conocedores llaman a los tres chanchitos, “Hackers”, otros les dicen, “Los tres pelotudos que obedecen sin pensar en las consecuencias legales”. Yo me quedo con los tres chanchitos, es más corto, es más divertido y, en definitiva, es lo que son, dibujitos que crecen a la sombra de la reina malvada que ya no sabe que hacer para sostener el reino que se cae a pedazos ante tanta ineficiencia. La moraleja sería que, a los chanchitos les espera un mal rato por quedar al descubierto su trabajo de espiar a los que opinan diferente, a la reina, el ostracismo, y al chapulín, una larga pesadilla que no se curará cuando, en la noche, la reina se le acerque y le diga que es rubio, alto y de ojos celestes, es decir, a cada chanco, le llega su San Martín, y a los otros dos, el repudio y el olvido. Los decidores de verdad, seguiremos allí, como siempre aunque, cada vez, seamos menos.

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