Escrito
por Silvana Melo para Pelota de Trapo
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Viernes,
22 de Febrero de 2013 12:36
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Paredes,
murallas, rejas, para que no vengan los matadores.
No hay
accidente ni balas perdidas. No hay azar ni qué desgracia.
Hay
rosas en el recuerdo de la sangre, velas en los andenes. Una lluviecita
eterna sobre esas vías donde se murieron 51. Y otro que venía naciendo.
Pero no
hay accidente. Ni balas perdidas. Hay culpables que vienen disparando desde
hace treinta, veinte años de historia. Culpables que se volvieron millonarios
florecientes y felices mientras desmantelaban los trenes, los desarmaban
parte a parte, y los ponían a rodar en esqueleto. Culpables que hicieron
negocios para sociedades perversas, políticas, empresarias, sindicales,
delictivas, mientras la gente se apiñaba diariamente en las bolsas de lata
que ellos rodaban en los rieles. La gente, esa masa de carne y nervios y
huesos sin identidad ni historia ni sentimientos, es apenas un ente pagador
de boletos, una excusa para embolsar subsidios.
Los
Cirigliano, dueños de TBA, se llevaron del Estado nacional –que reparte
alegre y generosamente a los poderosos y cierra la puerta en las narices de
los pequeños- 106,3 millones de pesos en los dos meses anteriores a la
masacre de Once para mantener rodantes los cajones de fierro oxidado que
bufan a veinte por las vías. TBA usó parte de esos fondos para comprar
dólares y para colocaciones financieras que les multiplicaron las ganancias.
Esa plata que tenía que mejorar locomotoras, comprar vagones, reparar los
frenos, abrir las ventanillas, colocar ventiladores, cambiar butacas, pero no
valía la pena dilapidar tanto dinero en esa turba de carne picada que de
todas maneras iba a viajar, porque necesita pasaje barato y entonces que aguanten.
1924
millones de pesos recibió TBA en siete años de manos del Estado Nacional.
Generosísimo el Estado Nacional con los ricos y con los enriquecedores de
amigos.
Por eso
no hay accidente ni azar ni qué desgracia.
Ni
balas perdidas.
Por las
mismas razones una bala explotó en el pecho de Mariano Ferreyra. Porque las
mismas sociedades políticas, empresarias, sindicales, delictivas, dejaron 80
mil ferroviarios en la calle en los 90. Transformaron en empresarios
prósperos a los sindicalistas. Precarizaron y marginalizaron a los
trabajadores en los 2000. Redujeron a desechos la dignidad y los vagones y el
trabajo y las locomotoras y la gente, apilada en la vida y en la muerte que
se tocan y viajan juntas todos los días a las 8,32 en Once y en todas las demás.
Mientras
dicen los funcionarios que hubieran sido menos los muertos en feriado. Y a la
gente se le ocurrió viajar a trabajar en día hábil. Que a Lucas Menghini lo
encontraron dos días después porque viajaba donde no correspondía. En el
fuelle que separaba el tercer y cuarto vagón. Estaban sus huesitos en un
espacio de 30 centímetros que antes de las 8,32 del 22 de febrero era de un
metro y medio. Dicen los funcionarios que los muertos eran unos vivos que
querían llegar más rápido y viajaban en el primer vagón. Y que los muertos
murieron porque iban a trabajar. Antes eran desocupados.
Por eso
no hay accidente ni azar.
Hay
rosas en las vías por los muertos.
Rosas
rojas.
Como la
injusticia.
Frenéticamente
rojas.
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23 febrero 2013
Rosas rojas sobre las vías de la injusticia
El Nuevo Cambio
Editor responsable: Alberto Calleja
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