11 julio 2010

El increíble asesinato de Juan

La crónica policial suele ser fría y despiadada. Un muerto es un muerto más y la vida sigue hasta el próximo suceso trágico. En el caso de Juan, para los que tuvimos la suerte de conocerlo y compartir alguna charla, un mate y una risa, no es un caso más. Es la muerte inexplicable de un ser cercano, casi un amigo, y eso trastoca toda la crónica y se pierde algo de objetividad. Juan quería jubilarse, me lo dijo hace tan poco tiempo que hasta siento que no pudo disfrutar el beneficio que tanto ansiaba. Lo veía en su locutorio de 25 de Mayo y Rangugni y pensaba que se merecía un descanso. Una mañana pasé por el local, (el mismo día del asesinato) lo vi cerrado y pensé: “¿Le habrá pasado algo a Juan?”. Todavía no le había pasado nada, porque el ataque fue pasadas las 19,00 horas en su estudio de Bolivia al 600, casi en el límite con Avellaneda. Allí, dos hombres bien vestidos, se acercaron, lo hicieron descender de su automóvil, según el informe policial, y le descerrajaron cuatro tiros, dos de ellos impactaron en su abdomen destruyendo el hígado y los intestinos. Un vecino médico escuchó los disparos y salió, encontrándose con Juan tirado en el piso. Inmediatamente lo trasladó al Evita donde arribó muerto para recuperarse con las primeras prácticas de resucitación, aunque dejó de existir en la operación porque las heridas eran mortales. Sus asesinos, no fueron personas casuales que venían a robar al voleo, eran sicarios que usaron balas de teflón con punta hueca. Venían a matarlo, con la frialdad de los profesionales.

Juan el contador

Y allí comienza otra historia, la de Juan el contador que, admito, yo desconocía. Un amigo panadero, me detuvo en la puerta de La Quintana, me invitó a ingresar al salón y me presentó al presidente de la Federación de Panaderos, asumo que sería el Sr. Majori, yo estaba aún conmocionado y no retuve el nombre, pero le pregunté a la persona que tenían que ver con Juan y allí me enteré de sus otros trabajos: Contador de la Federación, del Centro de Panaderos de Lanús, de los de La Matanza, socio, al parecer, de la Clínica de Rehabilitación San Lázaro, propiedad del senador (mc) Manuel Lozano y del Pte. del Centro de Panaderos Alberto Marzio. Profesor de varias cátedras universitarias, síndico de la línea de colectivos 37 y responsable del cierre de una Mutual que provocara el despido de decenas de personas. Al estupor se sumó la declaración del propio intendente que admite su pertenencia al mundo municipal, pero lo despega anunciando que “se había jubilado”, que asegura que se trata de una buena persona, pero informa que se trataría de un ajuste de cuentas relacionado con la mafia, seguramente por el estilo de la agresión. En un momento pensé, lo admito, que se trataba de otro Juan Ianonne, pero no. Las caras de sus compañeros del HCD, lo corroboraron. La foto que acompaña la nota fue sacada poco tiempo atrás, falta el mate que compartíamos. La otra lo muestra junto a sus compañeros en el festejo de fin de año. Era uno más. No ese contador que resultó peligroso para algún sujeto que pronto, según las declaraciones efectuadas por el propio jefe distrital, Inspector Edgardo García, será identificado porque las investigaciones “están bien encaminadas”. Esta parado detrás de otro amigo que nos dejó hace muy poco y, también, inesperadamente, Coco Herrera. La crónica fría dirá que aún no hay detenidos, que su coche, un Vectra, estaba intacto y mantenía sus pertenencias, descartando el robo. Que los vecinos indignados cortaron la avenida Hipólito Irigoyen, pero desistieron de realizar la marcha hacia la municipalidad porque el intendente pudo reunirse con los familiares y estos reconocieron que no era responsabilidad de Darío, algo que este enfatizó en un reportaje donde aseguró lo del ajuste de cuentas, hipótesis que dio por tierra con las intenciones policiales de mantener la teoría del robo para no delatar las pesquisas realizadas. Juan ya fue velado y sus restos están enterrados. La justicia dirá la última palabra, pero para los que lo conocimos, siempre estará caminando los pasillos del HCD con su sonrisa y sus expedientes, charlando largamente con Coco y bebiendo el café horrible de Rubén.

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