Ser
periodista, hoy en día, es una tarea harto difícil por el nivel paupérrimo de
discusión política y el escaso conocimiento de la mayoría de los entrevistados.
En ese contexto, los que nos manejamos en forma independiente, es decir,
alejados de la mano dadivosa del estado, nos vemos privados de ciertos espacios
de acción y, por ende, de conocimiento. Aún así, guardamos los viejos códigos
que aprendimos de la vida, no del periodismo, convertido en un show mediático
donde el que presenta la noticia intenta ser más importante que la noticia en
si misma. Respecto de los códigos, puedo decir que han limitado la apreciación
de ciertos hechos que han tomado estado público y, amenazan con seguir
creciendo, a pesar de intentar alejarnos del tema. El caso es que se ha
desatado una guerra en los medios entre el ex comisario Luis D’amico y el ex
Sub jefe policial Salvador Baratta, con los que me une cierta amistad, es
decir, no nos visitamos, nuestras familias no se conocen, pero tenemos ciertos
atisbos de aprecio y respeto, lo que podría parecerse a una amistad. En ese
sentido, los ataques que se han propinado entre si, han dejado un sabor
agridulce del que he tratado de mantenerme ajeno, ¿Qué provocó que decidiera
escribir sobre el tema?: la prensa pagada que sale a opinar sin saber y difama
sin otra intención que quedar bien con los amos de turno. Puedo repetir lo que
pienso y digo: “Nunca pondría las manos en el fuego por un policía y un cura”.
Hoy esto sería extensible hasta los políticos, los jueces, los escribanos, etc.
Todavía creo en los bomberos, por caso. Sin embargo, en esta pelea mediática,
se juegan dos nombres y dos conceptos, donde la verdad parece dividirse y
anclar en cada puerto con la misma contundencia. D’amico afirma lo que dice y,
temerariamente, admite que no tiene nada que perder, que Baratta se metió con
su familia , según su criterio, al intervenir para evitar su crecimiento en la
fuerza y la decisión de acusarlo de un delito que no habría cometido y, en ese
camino, afirma que “seguirá hasta las últimas consecuencias”. Baratta, por su
parte, muestra su historia sin tachas, su patrimonio documentado y desafía a ir
al tribunal para certificar la forma en que fue obtenido. Obviamente, niega los
cargos y aclara, “Que busquen los cruces telefónicos. Nunca hablé con D’amico o
con el fiscal”, en referencia a las denuncias sobre el armado de la causa
entere Baratta y el fiscal Castro. Otro de los acusados por D’amico. No prueba
nada, pero asistí a la charla entre Castro y Baratta donde el fiscal da
indicios de la causa y el desarrollo de la misma, y donde Baratta no aparece
nunca mencionado. D’amico no tiene un pasado, ni un presente suntuoso, me
consta. No da el tipo de hombre que se ha enriquecido con su cargo, eso fue,
quizás, lo que me ha decidido a creerle. Sin embargo, el ex jefe tiene un
reputación que no puedo poner en duda, simplemente, por que no me consta alguna
irregularidad. Si yo que me he mantenido cerca y, amigablemente en contacto con
ambos, no puedo discernir sobre esto, ¿Cómo podría hacerlo alguien que los
conoce por las fotos?, me pregunto. Dicen que el oficialismo le paga a D’amico
para difamar a Baratta. D’amico me lo ha desmentido y, obviamente, le creo.
Baratta opina lo contrario y amenaza con llevar los hechos a un tribunal y
demandar al hombre que lo acusa, según él, sin pruebas. El tiempo dirá quien
tiene la razón, o si ambos están errados en esta confrontación de la que no
saldrá ningún ganador. Como amigo, desearía no escribir esta nota. Como
periodista creo que es mi deber poner un poco de luz en medio de tanta
oscuridad. Dicen que la verdad nos hará libres. Espero de corazón que esto
suceda.
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